domingo, 31 de enero de 2016

El día que el Reino de Aragón perdió el Mediodía francés

Imaginaos un rey arrogante, chulesco y mujeriego, más de buen corazón, al frente del reino de Aragón, en los albures del siglo XIII. Imaginaos un valiente rey de Aragón que viene de combatir en una de las más grandes batallas de la historia, con resultado de victoria, en las Navas de Tolosa (Santa Elena, Andalucía). Imaginaos un crápula mujeriego que tuvo que ser engañado y citado a oscuras en sus aposentos, bajo la falsa promesa de encontrarse con una de sus amantes, para poder concebir descendencia de linaje, pues se acostaba con todas las mujeres que le rodeaban, salvo con la suya propia. Imaginaos un rey que acumulaba un poder de superpotencia en aquel tiempo, aglutinando el extendido reino de Aragón, el condado de Barcelona, rendido Vasallaje por el Mediodía Francés y sus más notables condados y vizcondados; que copaba el Mediterráneo con una escuadra unificada y sin par de barcos, entre carracas y naos (como las que llevó Cristobal Colón a las Américas). Imaginaos a un rey, sin embargo, apodado “el Católico”, por méritos propios, pues había rendido pleitesía al mismo Papa Inocencio III, uno de los más perspicaces, determinados y desaprensivos líderes de aquella época, al punto de ser coronado por el sumo pontífice en persona.

Pedro II de Aragón
Pedro II de Aragón

Y en medio de este poder mayestático, de esta soltura y desvergüenza díscola y contradictoria, de esta potencia sin par que es el reino de Aragón y sus aledaños, que va y se extiende el movimiento cátaro: una concepción agnóstica, filosófica, cuasi budista, más pacífica, al fin y al cabo, al abrigo de estos condados y vizcondados ilustrados de Occitania, lugar para la cultura y los estudios, como queda reflejado en los focos de Narbona, Montpellier, Tolosa, Albi o Carcasonne. Un germen de humanismo y renacimiento en el corazón de una Europa descompuesta y aguerrida, que cursa ya la cuarta cruzada, alocado empellón por arrebatar los territorios sagrados a los selyúcidas otomanos y a los árabes del emirato de Damasco. Los papas han arrojado a reyes, caballeros nobles, a ladrones, a asesinos, a ermitaños locos e incluso a niños contra los muros de Jerusalén, con penosos resultados. Ahora, miran adentro, al corazón de Europa, donde no se puede consentir que nuevas y refrescantes ideas desmonten la urdimbre de poder que teje el papado desde los inicios de la Reforma Gregoriana, desde hace casi doscientos años. Un largo y elaborado trabajo que no puede ser desbaratado ahora por estos agnósticos ascetas de savia fresca y Teología de la Liberación provenientes del Sureste Occitano: los malditos Cátaros. La tensión sube y Pedro II de Aragón y Conde de Barcelona se ofrece a mediar, protagonizando unas negociaciones que pueden convertir al de Aragón en el primer gran estadista de la historia y proclamador de un reino, antes imperio, que cambiaría la historia para siempre.

Y como siempre ha pasado, fanáticos hay para todos los gustos, y un zumbado asesina por su cuenta y riesgo al legado papal enviado para las negociaciones en Saint-Gilles (1208). El papa Inocencio III entra en cólera, encuentra su “casus belli”, designa a un genocida, sádico asesino y noble anglo-francés de baja estopa y muy mala leche llamado Simón de Montfort, en lugar de su líder natural en aquella región: Pedro II de Aragón. Tal vez, nuestro querido crápula, tiene su corazoncito, después de todo, como para ponerse a acuchillar a sus propios vasallos solo porque así se lo dicte la Cruzada, impetrada desde Roma, con la sola intención de masacrar a hombres, mujeres y niños hasta que los remanentes juren fidelidad eterna a la Iglesia Apostólica. Se suceden varios embates, escabechinas históricas, como la de Bèziers (1209) en la que el sádico señor de Montfort, al ser preguntado por sus hombres, sobre cómo distinguir entre cristianos y cátaros, los cuales, estos últimos, debían ser ejecutados en su totalidad, respondió: "…matadlos a todos sin excepción, que Dios elegirá a los suyos...”

Simon de Montfort
Simón de Montfort
Y aquí interviene nuestro héroe Aragonés, fiel a sus principios, hasta el final. Toma parte por los suyos, a pesar de su predicado vasallaje al Papa de Roma, y decide ponerse al frente de los Cátaros. Ojo, lo tenían hecho. Era un grupo de mercenarios de la diminuta Isla de Francia, con el apoyo moral de Roma, contra el reino Aragón, sumado a los poderes fácticos de Occitania. No había salida para el sádico Simón de Montfort y los suyos.

Se citaron en Muret, algo más de un año después de la gloriosa y decisiva victoria de las Navas de Tolosa. ¿Quién iba a poder vencerles allí?. Pues bien, el destino nos jugó una mala pasada. Se barajan diferentes versiones, entre ellas, asesinos infiltrados para matar, a la desesperada, al líder de los Occitanos. La más popular y no desacreditada, que nuestro querido crápula se pilló una tajada espectacular en una noche loca, la previa a la batalla, con resultados de resaca notable y pérdida temporal de las facultades necesarias para el mando de las tropas. Y como rezaba aquel mítico anuncio de neumáticos: “la potencia sin control, no sirve de nada”. La torpe estrategia del rey Aragonés lo puso a los pies de los caballos, literalmente, cuando se metió en el centro de sus tropas, cercano a la refriega, asomando el cráneo por encima de todos los congregados, poniendo una diana en su espalda. El enemigo no dudó en arrojarse en pos del líder de los pro-Cátaros, el cual, rodeado de adláteres, no pudo escapar de las lluvias de flechas ni de la carga de sus lanceros. Debió caer ensartado por varios sitios y con un dolor de cabeza terrible, acabando con el período más álgido y glorioso de los anales aragoneses, cerrando las puertas del imperio, restringido al sur de los pirineos; de paso, retrasó casi cuatrocientos años el Renacimiento, sumiendo en la oscuridad de la edad media a aquella vieja Europa.

The Battle of Muret:
illustration from the Grandes Chroniques de France
Nunca una borrachera estuvo tan cerca de cambiar la historia del mundo.

Buenas noches y buena suerte.