sábado, 24 de diciembre de 2016

BAILANDO CON SARRIOS. CAPITULO 2. COLORES SOBRE EL CORNIÓN

[Este relato está basado en hechos reales, incluyendo sus personajes que, siendo un producto de la imaginación de su autor, podría dar que pensar que ciertas circunstancias y características concretas pudieran, por casualidad o no, ser reales]

Los colores tienen muchos matices, son metáforas de sí mismos. Son temporadas y estados de ánimo. Te puedes bañar en ellos y encontrar sosiego… o agitarte en sus entrañas, hasta llegar al vértigo más extremo. Los colores prescinden del blanco y negro en un juego que rivaliza al despegar de un prisma de hielo, de agua, de nubes… de viento. Emperejilan la mirada a la luz y el contraste. Se puede reconocer el vacío en su total ausencia y, son las manos, al tiento, las que caminan solas en la negrura, buscando, a qué asir referencias que nos eviten naufragar en el mar del tiempo.

Los colores están ahí y por eso no los echamos de menos, solo quien sufre mella dellos puede saber su precio. El pan del día sabe a muela y a tierno, pero pan duro da quiebro en boca y sabe a cieno. Los colores nos hacen más tierna la vida, pero no lo sabemos…
… o no queremos darnos cuenta dello.



Los colores de Picos de Europa podrían rivalizar con los visos de la rosa o el crispado del clavel, hincarse en las cuencas hasta donde no alcanza la vista, para colar llamaradas en el pozo más hondo del alma. Son atardeceres que se hunden en un corazón constreñido de maravillas; son barrancos insondables de vergel ahormado en piedra de alabastro; son caminos imposibles de pardo cetrino, son grisáceos llambriados, amarillos apaisados sobre un horizonte flamígero, añiles botarates que se remueven al fondo de un desfiladero o azules de fulgor iridiscente resonando al borde de algún llagu eterno.



Picos de Europa es el color hecho pasión, cincelado a conciencia, arrullado en las alturas.



Picos de Europa es color en esencia...




En Caín hallamos un sendero al arco Iris. Caín, recogido y enjuto, grande en fama y menguado en solana, hendido, aún tallado, en la memoria del Cornión. La leyenda dice que una severa garganta parte de sus arrabales, que el osado que la afrenta, se bate con el Cares en su camino hacia la libertad, a extramuros de esta escuela de gigantes.



Allí tocan dos macizos indolentes, separados, tan sólo, por un hilo de agua brava, que sondea los contendientes: El Cornión y los Urrieles.



Diríase que creció el pueblo de entre los bloques precipitados desde las cumbres, que en derredor bailan al son de una danza de armas, en la que parecen querer tiznar las nubes de herrumbre cimera. Quisiera estar hundido en la entraña del infierno, para poder contemplar eternamente así majadas o prados yermos, tan altos que sintiera estar en el firmamento.



Pero nuestros pasos no lindaron de esa guisa. Planeamos volar a Peña Santa o Torre Santa, o incluso, de Castilla, más me arriesgo…
Dos cosas tiene la Torre Santa, o Peña Santa…o de Castilla, se admite combinación, según sean astures o leoneses, recemos a Covadonga o a la diosa de Vadinia. Dos son como lo es su porte monumental, catedralicio; y así lo son también los restos de una aún reciente actividad glaciar, labrada en su pecho y colgando en sus senos.



La Canal de Mesones es el paso del labriego, abierto con azada en los volantes del cielo. Pasamos Caín para entrar en el Sedo, hueco grande, boquiabierto, horadado con esmero, que arroja sombra al viajero. Saliendo mediado el día no cejaba el sol en pos de malferir nuestros cabellos, con lo que el cimborrio hueco nos ofreció un breve respiro de aire fresco y algo de agua.



Llegando a Caín de arriba se camina el extrarradio del pastoreo, de los que vivían antaño más apegados a su hato que a su pueblo. No se deja atrás el vecindario del techo cuando aparecen las primeras curvas hacia un infinito responso loando a la naturaleza creadora.



Y no exagero ni un ápice, siquiera una triza…



Allí aparecen los colores de nuevo… si bien nunca se fueron. Una platea de gayubas, saxifragas y helechos, a ratos más dura, a ratos de mullida turbera, ofrece un espectáculo digno de mención. Son las olas colosales de un mar de piedra que se abre a ninguna parte, si acaso en su extremo, que se distingue a zancada de titán el Boquete, que da acceso a la palancana en que enjuaga sus gracias la Peña de nuestros sueños: el Jou Santo.



Los colores bailan, se agitan y contornean, se precipitan turquesas al vacío desde cascadas enriscadas, repta el verdón por contrafuertes de piedra agotada de portar tan basto hórreo a sus espaldas, raspan de blanco las superficies vapores de niebla revirada, cianótica la cúspide de brillo hiende tan largo la mirada que se atisba el infinito y aún las estrellas en el día…



Y no exagero un ápice, siquiera una triza…



Porque ahora el aceitunado prado se desliza ladera abajo con ansiedad y denuedo, se hace plomizo, la roca se entalla a sí misma y oscurece en las quebradas, nada persiste todo patina, se cae, se arroja al vacío al que empujan las sombras de la tarde.



La Majada de Mesones da un respiro para sentarse y reposar; para pensar cómo llegó tanta luz, tanta maravilla de colores y formas a lugar tan incierto.



Al atardecer, en llegamos a La Colladiella, un leve tono oscuro entrevela los colores, Peña Blanca y La Robliza huelgan una sobre la otra, navegando sobre mares de algodón, asoman la coronilla, recalcando su presencia. Las sombras crecen y expanden su dominio, atrapan los colores, para no dejarlos marchar, pero el macizo resiste y aún, malqueriendo, cientos de destellos brotan, saltan y menudean por doquier; presentan batalla, esperan que mude el cielo, que sol saque sus galas de ocaso, y que proyecte de aurea presencia sus dominios.





Si bien la niebla de Picos es como la adenda al acuerdo firmado por disfrutar de tal belleza… debiera serd difícil mancar esta cláusula excesiva. Mas ya se avino, y enturbiaba el trasfondo, el primer plano y la postrera, a la diestra y a siniestra, tras las sombras pide paso… y aprieta.



Empero el Sol reina en Picos, se quedó con las alturas, envía los nimbos a pastar las bajeras, que ahora toca su función; lleva todo el día trabajando, ordenando los colores, y dando calor. Hay que caldear el día, que la luna deja frío y es menester de la tierra se asobine a la mañana, y que de vida al enebro, al zarcillo y la coscoja. Pero el sol se guarda con desdén, se deja ver al ojo sencillo, se hace mortal, se viste de anaranjado, dibuja un disco perfecto, no difuminado de fulgor. Las nubes se retiran, sí, pero estas nubes son modorras, acuden al bajío de niebla a paso de procesión, y no azuza el pastor, no le corre prisa, se guarda lo mejor, para el amanecer, con la primera brisa….



Nos retiramos a una rafia y un jergón de dolina, para hacer de la espalda encastrado de caliza. Pocos colores quedan, escondidos tras la negrura…



Y así es que el sol se encumbra…



Insinúa la coronilla, raspa el horizonte, trae de vuelta los colores, rosados que mudan a rojo y luego a anaranjado. A media asta ya enturbia el firmamento, asoma más allá del Cares, justo por el centro de la zanja donde bañan los pies las dos moles indomables. Se gusta de aparecer asimismo, por la puerta grande, de faena inolvidable, va lanzando destellos al auditorio, recibe los claveles y rosales que le llueven del rocío de la mañana y no llega a dar cortesía, pues está por salir de lleno, y de lleno está ya fuera, trayendo recuerdos de las antípodas, tan lejos se avino esto, de viajar el mundo entero, y traer la luz, los colores, los recuerdos, de nuevo.



Uno asiste embobado y ascético al espectáculo cotidiano del amanecer, que tras una noche de sueños a golpe de piedra en el costillar y de frío pasajero sabe a infinito descubrimiento. Es el sol de siempre, el que llena las ventanas, el que marca el mediodía, pero en Picos, allá en lo alto, tiene mucho más de místico y esencial. Se muestra más cercano, y por eso más hirsuto; se sabe mortal el quieto, que como estatua de sal, decide tornar la mirada hacia el fin de los tiempos.



¡Cómo querer perderse ésto!, ver al Dios del Olimpo, salir con las enaguas, a recibir un nuevo día, en el caldero de sueños.



Desperezan las ericas, suculentas y las brañas; acuden las sombras al monte, reunidas pastan las nubes, guardadas en el aprisco del valle. El astro ya toma fuerza, se va pasando la tregua, con luz blanca, yerma, dura riega las praderas, las riberas y lapiaces, las cumbres, los llambriales, las canales hondas y los pedernales. Los dientes afilados de los Urrieles se alinean, aserrando las primeras brisas que cardan frescor en sus crestas.



El verde aparece de nuevo, embozado en la negrura, se destapa con el fuego de la cuita en que le sumía la noche, desciende desde las cimas, chorreando la veredas, las canales, bordeando los llambriales, agrietando las rocas abiertas, con respingos de amarillos, de púrpura, de magenta, florecillas de amalgama de los prados y empedradas lisonjeras, labradas por agua tibia escurrida de las cuevas. La orquesta ya está en apogeo, el arcoiris ha vuelto, de cobrizo, a amarillento, de canela a pardo y cemento; rebosa vida y se arrienda todo hueco, no deja nada en balde, todo se pinta y colorea, brilla y se sombrea, al paso de los vientos. Devora al sepia y al blanquinegro, se extiende como una alfombra que se abre y se visara con la venia del Dios Helios.



Somos humanos, con sentimientos, vemos esperanza y porvenir en estos predios, porque tanta vida desbordada da sentido a lo vivido, porque los colores nos traen la fuerza del recuerdo, la alegría de la luz, el ímpetu del fulgor; no somos identidades, ni números de una fila, no idolatramos a héroes del tubo catódico, ni pagamos a crédito, no tenemos plasmas ni cinco punto uno, ni medio, no tenemos entradas de palco, no tenemos parcela propia, anillo de oro ni pulsera, no tenemos brillantes ni otras gemas, no queremos ascensos, no pedimos caridades, ni que limpien nuestras calles, no necesitamos una terraza con pinchos, ni cañas tiradas con esmero, no saboreamos concina nuclear, atómica ni molecular, no bebemos escocés, ni crianza ni reserva, no hurgamos la impronta del coche más elevado, no vestimos cocodrilos en el pecho, no gastamos botas altas ni de cuero, ni tecnología ni diseño, no lucimos los peinados, pedicuras ni abalorios, no somos, en definitiva, ciudadanos cuerdos.



Somos bocetos de nos mismos, contemplando lo que somos, en lo que vemos, con el tiempo suspendido en un hilo de corales que refleja el tiempo perdido, y que azota el recuerdo al romperse desvaído, haciendo trizas, a nuestros pies, el pasado ya vetusto y decrépito.



Y es que la vida son eso: los colores y recuerdos…



Allá puedas verlo tú mismo, arriésgate y sube, remonta las laderas de Mesones, espera al sol despierto, tal vez te descubras, como un niño, que encuentra la primera caricia, el primer beso.



Picos de Europa, puede llegar a ser eso…






MAS INFORMACIÓN:
Roquedos pardogrisáceos en el corazón de los Urrieles - TORRE DE LOS HORCADOS ROJOS (2.506 m)

Una inolvidable sendero a lomos del Cornión desde Caín hacia el cielo - APROXIMACIÓN TORRE SANTA DE CASTILLA (2.596 m). SUBIDA A LA COLLADIELLA

Sobre las brumas de Picos de Europa, cabalgando uno de sus más elegantes corceles - TORRE SANTA DE CASTILLA O PEÑA SANTA DE CASTILLA (2.596 m). VÍA NORMAL O CANAL ESTRECHA (AD/500 m/III+ máx)

Inmejorables vistas del Cornión y los Urrieles, sobre la linde hilada por del Río Cares - TORRE DEL FRIERO (2.445 m)


lunes, 19 de diciembre de 2016

BAILANDO CON SARRIOS. CAPÍTULO 3. ORDESA, CATEDRAL DE LOS PIRINEOS

[Este relato está basado en hechos reales, incluyendo sus personajes que, siendo un producto de la imaginación de su autor, podría dar que pensar que ciertas circunstancias y características concretas pudieran, por casualidad o no, ser reales]

Hay una religión que se profesa en altares cimeros, viste procesiones de canícula o nieve sobre mantos de desafío a la ojeriza que guardan las cumbres al simplismo, la comodidad o la ergonomía. Ejerce el fundamentalismo en paredes verticales, enciende velas de diodo en un confesionario de sobretecho y estacas o si quiera una rafia al viento, que halla al perdido en la niebla de las dudas, encuentra la fe en las alturas, da paz al caminante, que fustiga el estrés y la presión que no ha lugar, que llena espacios vacíos en el corazón hueco del ser moderno, provocados por anhelos imposibles de ideario prescriptivo.



Hay una religión eufemística, pues dulcifica el hecho de que no queda aventura para el hombre contemporáneo. Se practica en muchos lugares, remotos, lejanos, más próximos, o menos, pero siempre, en ausencia de agendas, compromisos ni obligaciones.


Hay una religión que no tiene dioses, mas tiene Titanes, que no tiene Santos, pero aúna los mártires, que tiene colores, cariño y pasión. No obliga al devoto, ni pide diezmo, no pide sangre, ni dogma ni credo, aún si quiera, se atisba religión en sí misma.

Sin embargo, tiene sus templos…



Hay un altar al cielo en los Pirineos, vestido en galas de sinclinales, valles glaciares, gargantas ignotas a la vista, con fajas de flores y vistas sin par, cabellos de ángel de cientos de metros, destilando, nebulizada, agua en deshielo, armada de cascos, mellada por mandoble de algún héroe póstumo, apaciguada en lamas de hierba y heno…



… y es la Catedral de Ordesa y el Monte Perdido.



El Monte Perdido se escondía a la vista del peregrino, que alcanzaba a verlo en los aledaños del Pirineo, destacando, con su cuerpo, apoyado en los calares más elevados. Luego desaparecía, al internarse en los valles previos y, así mismo, permanecía supuesto en el horizonte, enmascarado, aún, tras el largo quiebro del Valle de Ordesa. De ahí venía su apelativo: romántico y aventurero.



Esta catedral capta adeptos por doquier, no es para menos. Siendo allegados al templo, se puede elegir rodear su fachada inmensa, encaminándose hacia Bujaruelo, a disfrutar de las hora procelosas, hora apuradas aguas del Ara; si bien, puede optar el romero por internarse de lleno en la mentada Catedral.



Y así se anuncia un camino hermoso y suave entre hayas y abetos, remontando el río Arazas, hacia la entrada del templo. Recibe el patio con un gablete inmenso, dorado, calado de grietas y terrazos, testigo incólume de su fachada, a pesar de los envites del tiempo: el Tozal del Mallo.



Entramos en la nave del recinto, por el centro, a caballo, obviando los triforios de la Faja de los Cazadores, que son para paseos más avezados, pienso. Y avanzamos, atrochando por un bosque de pilares con capiteles de hoja caduca, y baquetones de corteza raída a menudo. Arbotantes invertidos de gleras y laderas sostienen las paredes esbeltas de este conjunto monumental, que traza arcos de ojiva en el cielo, de vanos imposibles, tal parece que se nos viniera encima. Aparece a nuestra izquierda el Circo de Cotatuero, enclavado de hierros, se abre con arquivoltas que de manera abigarrada anuncian un acceso secreto a las glorias catedralicias, más allá del Descargador y Mondarruego. Embridado por la naturaleza circundante, alerones de verdor girados a ocres, rojizos y anaranjados, anuncian, de esta guisa, al temido invierno, mientras envuelven el misterio de la Pasión del roquedo; la ornamentación foliácea, tumultuosas las aguas del Arazas y el entreverado a la vista compuesto de lienzos impresionistas de un mar de vegetación, no dan pie a buscar más belleza en el camino, más devoción en el alma.



Mas el camino se hace largo, eterno, hasta llegar a los prados donde tiene su albañal el Circo de Soaso: pedrería monumental ésta, sobre la que se alzan Las Tres Sorores allende la vista alcanza y es la imagen, ecuménica, que preside la Catedral. Bordeado por una crestería rematada en la Punta Custodia a diestra y la Punta Tobacor a siniestra, la fe en la naturaleza creadora se inflama y acrecienta, se ve reptar en las aguas del Arazas, se encaloma a hombros del Pueyo Mondiciero, la Punta Acuta, el Salarons o Gallinero, se ve ungida de rosas, espinos, rododendros, endrinos y arándanos colgando en sus enormes paredes.



Al pie del Circo, un doselete de aguas recarga el aparasolado renacimiento del Arazas: La Cola de Caballo, un rocín, dotado de un apéndice perpetuo, y ciclópeo tamaño, precipita las aguas, nascidas en el Circo de Góriz, en suave chorrera a las brañas de Soaso.



La decisión es si ascender a ver de cerca los creadores del Misterio, los que cincelan el valle deslizando, ya hizo algún tiempo, lenguas de hielo sempiterno de aquí hasta Torla, aún a Broto, e incluso a Aínsa llegando; los que acumulan nieve que derretir en sus fueros para lanzar aguas abajo y aguzar así los pastos, los valles y los bordes cimeros; los que atrapan las nubes, aún las tormentas, en su seno; los que acunan las tempestades, empalizan sus accesos, bañan sus pies en ibones, que resisten y persisten, más que nadie, al gélido abrazo del viento. Desde aquí, sumido en la lóbrega naturaleza del Circo, en comparación con la radiante agitación de piedra, que se otea postrera, es fácil decidirse a seguir en la fe, directo a la eucaristía de la montaña, recitada desde el púlpito más elevado, el más digno, el más sincero.



Sobre un friso de clavijas, cadenas y moldura en crespo se asciende al antepecho sito en las alturas relativas de las linderas del Circo de Góriz. Es un pequeño acto de fe, azotando la espalda del canguelo, se abren llagas en el arredro a la caída al pozo de la perdición. No es mucho el paso, pero lo sube cualquiera, en llegados aquí, todo el mundo se hace adepto, sobre todo si es procesión o romería la que viene al Santuario de Piedra. Sale de las clavijas el mendigo de aventura, aliviado de pasar prueba tan dura, pues no todo el mundo es anunciado apóstol de los que ascienden a las alturas, enfundados en arrobas de fe, quintales de valentía y plomadas de técnica alpinísitca, mientras ascienden lacrados en parches de patrocinadores .



A la vuelta la mirada se alarga, se reconocen las formas de esta Catedral, solariega, de pórtico poco ahusado, más bien romo, decorado con profusión por la tierra, de forma asilvestrada, planta torcida y es que… si bien la naturaleza no obra con geometría, en verdad, que lo hace con grandeza.



El refectorio de Góriz recibe al apetito de nuevas labranzas para el espíritu, que empieza a estar colgado de los cielos, sintiendo que la virtud se llega en forma de anunciadas correrías desde el Santuario, punto de inicio de toda excelencia que puedan procurar estas laderas. Ya son visibles los querubines de esta catedral, enfundados en cueros pardos, de vientre claro y apenas dos astas, que diesen acaso para una astilla pelada; dibujan un antifaz en el rostro, de mirada aguda, a menudo entornada, almidonados de tiesos, pero recios y valientes. Cuelgan de la roca como tallas de mármol soliviantado, removido, agitado. Corretean los barrancos y faldean precipicios, anuncian la venida del señor de La Escupidera, que preside la mesa de esta Última Cena, dotada de comensales ensalzados a los brazos de una quimera sitiada por valles de exuberancia sin freno y aguas quebradas de lleno.



Las Tres Sorores son el altar de esta Catedral de Hielo y Verde, abrazadas pero disjuntas, heterogéneas: El Perdido, bien tallado, asentado, crecido...



...El Soum de Ramond, desmembrado, caedizo, quebradizo, arenoso...



...El Cilindro, revirado, hendido de brechas, apuntado, pináculo del contrafuerte que sostiene a su hermano, quien domina un escenario de hondonadas inabarcables, gleras eternas y vacíos absolutos.



Es menester decir que conocí a una brava montañera, que no echaba cuentas al tiempo, que cada año lo contaba en un destino, cada mes en una cima, cada semana en un camino, cada segundo en una pisada. Domaba el tiempo con ahínco y determinación, con ánimo y entereza. Paseaba por sus añoranzas descubriendo en cada montaña, en cada pendiente, en cada sendero, el sentido de una vida que se apeaba ya de sus dominios. Dio con sus huesos a los pies del gran Perdido, en subiéndolo con descaro, por Las Escaleras. Un traspié, y un estacazo, acabaron con la insigne trayectoria de esta azarosa aventurera, que cabalga aún hoy al Perdido, como hojarasca en la piedra.



Desde el Coro se recitan salmos de viento y de lluvia, granizo y trueno, nieve y ventisca, de tono encendido o grave resuello. Al lado del gran vigilante de Góriz, bañado de luz de gaviones enteros, sosteniendo en sí mismos, las piedras del cielo. El Presbiterio del Perdido da paso al Ibón Helado, a veces de hielo, pila bautismal a recibir del sacramento de las alturas, en trapisonda de alegría por abrazar la fe de las Tres Sorores: agua para el sediento, fuerza para el venturoso, aliento para el macilento; para tomar la Escupidera, en pos de la ensoñación divina del gran cerro, el que colma los sueños de tantos montañeros. Fe sencilla en verano, mas azarosa en invierno, que sólo ilumina al creyente preparado y avenido a tal empresa, que amenaza en expulsar a los infiernos, por la vía más expedita-La Escupidera-, a quien no porte piolet y crampón para efectuar sus rezos.



Pero esta catedral, guarda más secretos…


Del Transepto de Góriz, el Crucero de esta nave de tectónica pura da viso de Este a Oeste a maravillas sin cesar. Hacia Oriente domina una grieta de colosales proporciones, que se hunde tan profundo en la roca, que hace oírse a la tierra bramar en sus fondos, al paso del Añisclo, horadando, malhiriendo y excavando un cañón del que no escapa la luz, si apenas alcanza llegar en invierno. Es un pasaje de negrura abigarrada de frutos y plantas, de barrancos echadizos, los unos sobre los otros, que sólo se abre a los pies del Rincón de las Olas, derrame inmenso de piedra, deslizante y precipitado sobre las incólumes paredes de la Punta –de las Olas-. Cripta que entierra el pasado de esta catedral, a donde fueron a dar los huesos de las primeras fachadas que esculpieron la cara de naciente de tan singular mausoleo. Millones de años de cantos rodando y rompiendo en una danza infinita de destellos de agua clara y fría nascida de los canalones que van desde Las Tres Marías, hasta los Sestrales.





Hacia el Oeste se abre el Claustro, sitio de rezo, meditación y milagros. Rezamos en El Descargador,



desde una cúspide de anillos excéntricos, si bien perfectamente alineados, a los dioses menores, aunque altaneros: Marboré, La Torre, El Casco, el Taillón y los Gabietos.





Meditamos en las soledades de la oscuridad titilante de la Cueva de los Sarrios, envuelta en finas capas de hielo kárstico, que atraen del caminante los pensamientos, la desazón, la zozobra o la más honda cuestión a sus pálidas negruras, mientras se orienta al ventanal inundado de brillo que mira fijamente al Taillón, dando fe de que el sentido de la vida existe, atrapado en las huellas del inmigrante urbano, descubierto en cada paso, en dosis pequeñas, infinitesimales, pero continuas, de puro esmero.



Y milagros, de Rolando, abriendo brecha en el cielo, con espada de acero cristiano, haciendo añicos pared de muchos metros. Gabacho recio y valiente, arrojando un mar insalvable de peñascos, a los pies del imperio.



Pero a poniente, aún queda hazaña y empresas de riesgo, porque tal vez se oculten las mayores maravillas, los mayores misterios, los pasajes más épicos del templo de templos: el Parteluz de El Dedo, ilumina los desmembrados brazos del Glaciar del Taillón, anciano decrépito que pierde hielo, camino de la extinción, antes incluso que los ojos de este que suscribe se cierren de viejo.





Asimismo resisten los neveros perpetuos del Glaciar de los Gabietos, tal vez tan poco postreros como su hermano mayor de oriente.



Fajas de hermosura y derrames multicolores se extienden al norte desde el Pico Mondarruego, de camino a Bujaruelo-el Puerto-.



Pero a mayor gloria de estos dioses, a mayor desdén de la Arquitectura de la naturaleza, a mayor desafío a la gravedad y a mayor beneficio de la belleza entallada en cuerpo de caliza, se dio el cimborrio de Gavarnié. Un colosal precipicio apuntado en la bóveda celeste, de rosetones nervados en terrazas inaccesibles, donde se asoman los pecados y la vanidad del macizo, observando su impenetrable vacío, en la obra definitiva, realizada a espaldas de la basílica; un halo de rizos blancos se abalanza desde el borde último, el más extremo, arrojándose al vacío, sin llegar al suelo, si no es convertido en niebla y lluvia fina. Quinientos metros de agua, de un río que llueve y se desmorona, con la melena al viento, sobre un bajío imposible de alcanzar de una pieza. Pende el Perdido los pies de este precipicio, y aún retiene sus hermanos menores, absteniéndolos de abocinarse demasiado, pues hay hueco suficiente para alojar a un pico entero en sus entretelas y hecho añicos, a uno y medio.





De Los Astazu al Balcón de Pineta, más arbotantes sostienen las paredes del Norte, con el Glaciar del Perdido maltrecho, también, agrietado, descubriendo la descarnada roca desprovista de asideros, pulidos a golpe de hielo.



Sobre una cercha a mucho más de dos mil metros, hay una mesa helada para comensales de leyenda que beben en el Ibón de Marboré. Es éste el patio de luces de un Convento para monjes alejados del mundanal ruido, de la agitación de los montes más solariegos, del trasiego por las girolas al pie del Perdido, de las idas y venidas de los beatos por la nave de Ordesa, del romper de las aguas de Añisclo, del peregrinar de la Brecha de Rolando o de los angustiosos vacíos del Circo de Gavarnié. Un lugar tranquilo, desprovisto de notoriedad, de tendencias, de prestigio, a las faldas de la heráldica de los pirineos, de los renombrados gentilhombres, caballeros, que dan coraje y furor a estos predios, alcanzando las alturas y encogiendo los corazones de los viajeros.



En la ermita de Tuca Roya, hallará el caminante descanso y sosiego.


En el Balcón de Pineta, abrirá la vista y ensanchará el pulmón, a golpe de brisa fresca, el Templario, mientras medita si tomar la fortaleza por la directa, a la Norte del Perdido, o divagar de rodeo hacia el Cuello del Cilindro. Un asalto con los días contados, para blandir la espada del empeño y la porfía, y usarla contra el enemigo zurcido de desaliento, de pendiente continua y de miedo.



Abandonamos el templo como el obispo en óbito, envueltos en mortaja de alegría, volvemos a lo nuestro, y con los pies por delante, el alma retorna al suelo de los quehaceres, las facturas y los horarios. Dejamos nuestras deidades de piedra y hielo. Se reza una misa a la memoria de nuestro respiro, ahormado en las laderas de este singular lugar sagrado.







Canonizados por la conquista, tal vez del viejo Perdido, tal vez de alguna otra de las maravillas y/o pasajes de esta épica de roca y yerba, nos vemos impresos en una estampita de a duro, poniéndole cara a otra pequeña-gran victoria hallada en la luz de nuestra ánima reconfortada de haber hecho del paso, sendero, del sendero, ruta, de la ruta, ascensión, de la ascensión, cima y de la cima, un sueño.



Y así se describe este Templo, creado por la orogenia, la erosión y el tiempo. Abierto con brutalidad y desmesura, para loar a la Creación en sí misma, para encontrar la devoción en altura, la paz en los cielos, la fe en uno mismo y la gloria en las cimas.



Ordesa y Monte Perdido son la perdición del hombre contemporáneo, sometido a presión, los plazos y las tendencias.



Ordesa y Monte Perdido son, sin lugar a dudas, la Catedral de los Pirineos.


Navega por Ordesa y Monte Perdido en Bailando con Sarrios:

Remontando Ordesa hacia el Refugio de Góriz APROXIMACIÓN MONTE PERDIDO (3.355 m). SUBIDA AL REFUGIO DE GÓRIZ

Asciende a la cima más emblemática de los Pirineos -el Monte Perdido- MONTE PERDIDO (3.355 m). VÍA NORMAL O ESCUPIDERA (PD/300 m/45º máx) 2009/05/19

Volar sobre las alturas de Gavarnié-del Casco a la Torre-
CASCO DE MARBORÉ (3.006 m) - TORRE DE MARBORÉ (3.009 m)

La magia de las fajas y los barrancos de poniente-El Taillón y los Gabietos-
TAILLÓN (3.144 m) - GABIETO ORIENTAL (3.031 m) - GABIETO OCCIDENTAL (3.034 m). CRESTA TAILLÓN - PICOS DE GABIETO O GABIETOU (PD/200 m/II máx)

El paraíso ignorado al Norte del Perdido-de los fondos de Pineta hasta las cumbres de los Astazous-
PETIT ASTAZOU (3.012 m) - GRAND ASTAZOU (3.071 m). CRESTA PICOS DE ASTAZOU (PD-/150 m/III máx)

La terraza Belle-Vue a Espaldas de las Tres Sorores-
PUNTA DE LAS OLAS (3.002 m) - SOUM DE RAMOND O PICO DE AÑISCLO (3.254 m) - BAUDRIMONT SURESTE (3.026 m) - BAUDRIMONT NOROESTE (3.045 m) 2010/08/25