sábado, 24 de diciembre de 2016

BAILANDO CON SARRIOS. CAPITULO 2. COLORES SOBRE EL CORNIÓN

[Este relato está basado en hechos reales, incluyendo sus personajes que, siendo un producto de la imaginación de su autor, podría dar que pensar que ciertas circunstancias y características concretas pudieran, por casualidad o no, ser reales]

Los colores tienen muchos matices, son metáforas de sí mismos. Son temporadas y estados de ánimo. Te puedes bañar en ellos y encontrar sosiego… o agitarte en sus entrañas, hasta llegar al vértigo más extremo. Los colores prescinden del blanco y negro en un juego que rivaliza al despegar de un prisma de hielo, de agua, de nubes… de viento. Emperejilan la mirada a la luz y el contraste. Se puede reconocer el vacío en su total ausencia y, son las manos, al tiento, las que caminan solas en la negrura, buscando, a qué asir referencias que nos eviten naufragar en el mar del tiempo.

Los colores están ahí y por eso no los echamos de menos, solo quien sufre mella dellos puede saber su precio. El pan del día sabe a muela y a tierno, pero pan duro da quiebro en boca y sabe a cieno. Los colores nos hacen más tierna la vida, pero no lo sabemos…
… o no queremos darnos cuenta dello.



Los colores de Picos de Europa podrían rivalizar con los visos de la rosa o el crispado del clavel, hincarse en las cuencas hasta donde no alcanza la vista, para colar llamaradas en el pozo más hondo del alma. Son atardeceres que se hunden en un corazón constreñido de maravillas; son barrancos insondables de vergel ahormado en piedra de alabastro; son caminos imposibles de pardo cetrino, son grisáceos llambriados, amarillos apaisados sobre un horizonte flamígero, añiles botarates que se remueven al fondo de un desfiladero o azules de fulgor iridiscente resonando al borde de algún llagu eterno.



Picos de Europa es el color hecho pasión, cincelado a conciencia, arrullado en las alturas.



Picos de Europa es color en esencia...




En Caín hallamos un sendero al arco Iris. Caín, recogido y enjuto, grande en fama y menguado en solana, hendido, aún tallado, en la memoria del Cornión. La leyenda dice que una severa garganta parte de sus arrabales, que el osado que la afrenta, se bate con el Cares en su camino hacia la libertad, a extramuros de esta escuela de gigantes.



Allí tocan dos macizos indolentes, separados, tan sólo, por un hilo de agua brava, que sondea los contendientes: El Cornión y los Urrieles.



Diríase que creció el pueblo de entre los bloques precipitados desde las cumbres, que en derredor bailan al son de una danza de armas, en la que parecen querer tiznar las nubes de herrumbre cimera. Quisiera estar hundido en la entraña del infierno, para poder contemplar eternamente así majadas o prados yermos, tan altos que sintiera estar en el firmamento.



Pero nuestros pasos no lindaron de esa guisa. Planeamos volar a Peña Santa o Torre Santa, o incluso, de Castilla, más me arriesgo…
Dos cosas tiene la Torre Santa, o Peña Santa…o de Castilla, se admite combinación, según sean astures o leoneses, recemos a Covadonga o a la diosa de Vadinia. Dos son como lo es su porte monumental, catedralicio; y así lo son también los restos de una aún reciente actividad glaciar, labrada en su pecho y colgando en sus senos.



La Canal de Mesones es el paso del labriego, abierto con azada en los volantes del cielo. Pasamos Caín para entrar en el Sedo, hueco grande, boquiabierto, horadado con esmero, que arroja sombra al viajero. Saliendo mediado el día no cejaba el sol en pos de malferir nuestros cabellos, con lo que el cimborrio hueco nos ofreció un breve respiro de aire fresco y algo de agua.



Llegando a Caín de arriba se camina el extrarradio del pastoreo, de los que vivían antaño más apegados a su hato que a su pueblo. No se deja atrás el vecindario del techo cuando aparecen las primeras curvas hacia un infinito responso loando a la naturaleza creadora.



Y no exagero ni un ápice, siquiera una triza…



Allí aparecen los colores de nuevo… si bien nunca se fueron. Una platea de gayubas, saxifragas y helechos, a ratos más dura, a ratos de mullida turbera, ofrece un espectáculo digno de mención. Son las olas colosales de un mar de piedra que se abre a ninguna parte, si acaso en su extremo, que se distingue a zancada de titán el Boquete, que da acceso a la palancana en que enjuaga sus gracias la Peña de nuestros sueños: el Jou Santo.



Los colores bailan, se agitan y contornean, se precipitan turquesas al vacío desde cascadas enriscadas, repta el verdón por contrafuertes de piedra agotada de portar tan basto hórreo a sus espaldas, raspan de blanco las superficies vapores de niebla revirada, cianótica la cúspide de brillo hiende tan largo la mirada que se atisba el infinito y aún las estrellas en el día…



Y no exagero un ápice, siquiera una triza…



Porque ahora el aceitunado prado se desliza ladera abajo con ansiedad y denuedo, se hace plomizo, la roca se entalla a sí misma y oscurece en las quebradas, nada persiste todo patina, se cae, se arroja al vacío al que empujan las sombras de la tarde.



La Majada de Mesones da un respiro para sentarse y reposar; para pensar cómo llegó tanta luz, tanta maravilla de colores y formas a lugar tan incierto.



Al atardecer, en llegamos a La Colladiella, un leve tono oscuro entrevela los colores, Peña Blanca y La Robliza huelgan una sobre la otra, navegando sobre mares de algodón, asoman la coronilla, recalcando su presencia. Las sombras crecen y expanden su dominio, atrapan los colores, para no dejarlos marchar, pero el macizo resiste y aún, malqueriendo, cientos de destellos brotan, saltan y menudean por doquier; presentan batalla, esperan que mude el cielo, que sol saque sus galas de ocaso, y que proyecte de aurea presencia sus dominios.





Si bien la niebla de Picos es como la adenda al acuerdo firmado por disfrutar de tal belleza… debiera serd difícil mancar esta cláusula excesiva. Mas ya se avino, y enturbiaba el trasfondo, el primer plano y la postrera, a la diestra y a siniestra, tras las sombras pide paso… y aprieta.



Empero el Sol reina en Picos, se quedó con las alturas, envía los nimbos a pastar las bajeras, que ahora toca su función; lleva todo el día trabajando, ordenando los colores, y dando calor. Hay que caldear el día, que la luna deja frío y es menester de la tierra se asobine a la mañana, y que de vida al enebro, al zarcillo y la coscoja. Pero el sol se guarda con desdén, se deja ver al ojo sencillo, se hace mortal, se viste de anaranjado, dibuja un disco perfecto, no difuminado de fulgor. Las nubes se retiran, sí, pero estas nubes son modorras, acuden al bajío de niebla a paso de procesión, y no azuza el pastor, no le corre prisa, se guarda lo mejor, para el amanecer, con la primera brisa….



Nos retiramos a una rafia y un jergón de dolina, para hacer de la espalda encastrado de caliza. Pocos colores quedan, escondidos tras la negrura…



Y así es que el sol se encumbra…



Insinúa la coronilla, raspa el horizonte, trae de vuelta los colores, rosados que mudan a rojo y luego a anaranjado. A media asta ya enturbia el firmamento, asoma más allá del Cares, justo por el centro de la zanja donde bañan los pies las dos moles indomables. Se gusta de aparecer asimismo, por la puerta grande, de faena inolvidable, va lanzando destellos al auditorio, recibe los claveles y rosales que le llueven del rocío de la mañana y no llega a dar cortesía, pues está por salir de lleno, y de lleno está ya fuera, trayendo recuerdos de las antípodas, tan lejos se avino esto, de viajar el mundo entero, y traer la luz, los colores, los recuerdos, de nuevo.



Uno asiste embobado y ascético al espectáculo cotidiano del amanecer, que tras una noche de sueños a golpe de piedra en el costillar y de frío pasajero sabe a infinito descubrimiento. Es el sol de siempre, el que llena las ventanas, el que marca el mediodía, pero en Picos, allá en lo alto, tiene mucho más de místico y esencial. Se muestra más cercano, y por eso más hirsuto; se sabe mortal el quieto, que como estatua de sal, decide tornar la mirada hacia el fin de los tiempos.



¡Cómo querer perderse ésto!, ver al Dios del Olimpo, salir con las enaguas, a recibir un nuevo día, en el caldero de sueños.



Desperezan las ericas, suculentas y las brañas; acuden las sombras al monte, reunidas pastan las nubes, guardadas en el aprisco del valle. El astro ya toma fuerza, se va pasando la tregua, con luz blanca, yerma, dura riega las praderas, las riberas y lapiaces, las cumbres, los llambriales, las canales hondas y los pedernales. Los dientes afilados de los Urrieles se alinean, aserrando las primeras brisas que cardan frescor en sus crestas.



El verde aparece de nuevo, embozado en la negrura, se destapa con el fuego de la cuita en que le sumía la noche, desciende desde las cimas, chorreando la veredas, las canales, bordeando los llambriales, agrietando las rocas abiertas, con respingos de amarillos, de púrpura, de magenta, florecillas de amalgama de los prados y empedradas lisonjeras, labradas por agua tibia escurrida de las cuevas. La orquesta ya está en apogeo, el arcoiris ha vuelto, de cobrizo, a amarillento, de canela a pardo y cemento; rebosa vida y se arrienda todo hueco, no deja nada en balde, todo se pinta y colorea, brilla y se sombrea, al paso de los vientos. Devora al sepia y al blanquinegro, se extiende como una alfombra que se abre y se visara con la venia del Dios Helios.



Somos humanos, con sentimientos, vemos esperanza y porvenir en estos predios, porque tanta vida desbordada da sentido a lo vivido, porque los colores nos traen la fuerza del recuerdo, la alegría de la luz, el ímpetu del fulgor; no somos identidades, ni números de una fila, no idolatramos a héroes del tubo catódico, ni pagamos a crédito, no tenemos plasmas ni cinco punto uno, ni medio, no tenemos entradas de palco, no tenemos parcela propia, anillo de oro ni pulsera, no tenemos brillantes ni otras gemas, no queremos ascensos, no pedimos caridades, ni que limpien nuestras calles, no necesitamos una terraza con pinchos, ni cañas tiradas con esmero, no saboreamos concina nuclear, atómica ni molecular, no bebemos escocés, ni crianza ni reserva, no hurgamos la impronta del coche más elevado, no vestimos cocodrilos en el pecho, no gastamos botas altas ni de cuero, ni tecnología ni diseño, no lucimos los peinados, pedicuras ni abalorios, no somos, en definitiva, ciudadanos cuerdos.



Somos bocetos de nos mismos, contemplando lo que somos, en lo que vemos, con el tiempo suspendido en un hilo de corales que refleja el tiempo perdido, y que azota el recuerdo al romperse desvaído, haciendo trizas, a nuestros pies, el pasado ya vetusto y decrépito.



Y es que la vida son eso: los colores y recuerdos…



Allá puedas verlo tú mismo, arriésgate y sube, remonta las laderas de Mesones, espera al sol despierto, tal vez te descubras, como un niño, que encuentra la primera caricia, el primer beso.



Picos de Europa, puede llegar a ser eso…






MAS INFORMACIÓN:
Roquedos pardogrisáceos en el corazón de los Urrieles - TORRE DE LOS HORCADOS ROJOS (2.506 m)

Una inolvidable sendero a lomos del Cornión desde Caín hacia el cielo - APROXIMACIÓN TORRE SANTA DE CASTILLA (2.596 m). SUBIDA A LA COLLADIELLA

Sobre las brumas de Picos de Europa, cabalgando uno de sus más elegantes corceles - TORRE SANTA DE CASTILLA O PEÑA SANTA DE CASTILLA (2.596 m). VÍA NORMAL O CANAL ESTRECHA (AD/500 m/III+ máx)

Inmejorables vistas del Cornión y los Urrieles, sobre la linde hilada por del Río Cares - TORRE DEL FRIERO (2.445 m)


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