lunes, 19 de diciembre de 2016

BAILANDO CON SARRIOS. CAPÍTULO 3. ORDESA, CATEDRAL DE LOS PIRINEOS

[Este relato está basado en hechos reales, incluyendo sus personajes que, siendo un producto de la imaginación de su autor, podría dar que pensar que ciertas circunstancias y características concretas pudieran, por casualidad o no, ser reales]

Hay una religión que se profesa en altares cimeros, viste procesiones de canícula o nieve sobre mantos de desafío a la ojeriza que guardan las cumbres al simplismo, la comodidad o la ergonomía. Ejerce el fundamentalismo en paredes verticales, enciende velas de diodo en un confesionario de sobretecho y estacas o si quiera una rafia al viento, que halla al perdido en la niebla de las dudas, encuentra la fe en las alturas, da paz al caminante, que fustiga el estrés y la presión que no ha lugar, que llena espacios vacíos en el corazón hueco del ser moderno, provocados por anhelos imposibles de ideario prescriptivo.



Hay una religión eufemística, pues dulcifica el hecho de que no queda aventura para el hombre contemporáneo. Se practica en muchos lugares, remotos, lejanos, más próximos, o menos, pero siempre, en ausencia de agendas, compromisos ni obligaciones.


Hay una religión que no tiene dioses, mas tiene Titanes, que no tiene Santos, pero aúna los mártires, que tiene colores, cariño y pasión. No obliga al devoto, ni pide diezmo, no pide sangre, ni dogma ni credo, aún si quiera, se atisba religión en sí misma.

Sin embargo, tiene sus templos…



Hay un altar al cielo en los Pirineos, vestido en galas de sinclinales, valles glaciares, gargantas ignotas a la vista, con fajas de flores y vistas sin par, cabellos de ángel de cientos de metros, destilando, nebulizada, agua en deshielo, armada de cascos, mellada por mandoble de algún héroe póstumo, apaciguada en lamas de hierba y heno…



… y es la Catedral de Ordesa y el Monte Perdido.



El Monte Perdido se escondía a la vista del peregrino, que alcanzaba a verlo en los aledaños del Pirineo, destacando, con su cuerpo, apoyado en los calares más elevados. Luego desaparecía, al internarse en los valles previos y, así mismo, permanecía supuesto en el horizonte, enmascarado, aún, tras el largo quiebro del Valle de Ordesa. De ahí venía su apelativo: romántico y aventurero.



Esta catedral capta adeptos por doquier, no es para menos. Siendo allegados al templo, se puede elegir rodear su fachada inmensa, encaminándose hacia Bujaruelo, a disfrutar de las hora procelosas, hora apuradas aguas del Ara; si bien, puede optar el romero por internarse de lleno en la mentada Catedral.



Y así se anuncia un camino hermoso y suave entre hayas y abetos, remontando el río Arazas, hacia la entrada del templo. Recibe el patio con un gablete inmenso, dorado, calado de grietas y terrazos, testigo incólume de su fachada, a pesar de los envites del tiempo: el Tozal del Mallo.



Entramos en la nave del recinto, por el centro, a caballo, obviando los triforios de la Faja de los Cazadores, que son para paseos más avezados, pienso. Y avanzamos, atrochando por un bosque de pilares con capiteles de hoja caduca, y baquetones de corteza raída a menudo. Arbotantes invertidos de gleras y laderas sostienen las paredes esbeltas de este conjunto monumental, que traza arcos de ojiva en el cielo, de vanos imposibles, tal parece que se nos viniera encima. Aparece a nuestra izquierda el Circo de Cotatuero, enclavado de hierros, se abre con arquivoltas que de manera abigarrada anuncian un acceso secreto a las glorias catedralicias, más allá del Descargador y Mondarruego. Embridado por la naturaleza circundante, alerones de verdor girados a ocres, rojizos y anaranjados, anuncian, de esta guisa, al temido invierno, mientras envuelven el misterio de la Pasión del roquedo; la ornamentación foliácea, tumultuosas las aguas del Arazas y el entreverado a la vista compuesto de lienzos impresionistas de un mar de vegetación, no dan pie a buscar más belleza en el camino, más devoción en el alma.



Mas el camino se hace largo, eterno, hasta llegar a los prados donde tiene su albañal el Circo de Soaso: pedrería monumental ésta, sobre la que se alzan Las Tres Sorores allende la vista alcanza y es la imagen, ecuménica, que preside la Catedral. Bordeado por una crestería rematada en la Punta Custodia a diestra y la Punta Tobacor a siniestra, la fe en la naturaleza creadora se inflama y acrecienta, se ve reptar en las aguas del Arazas, se encaloma a hombros del Pueyo Mondiciero, la Punta Acuta, el Salarons o Gallinero, se ve ungida de rosas, espinos, rododendros, endrinos y arándanos colgando en sus enormes paredes.



Al pie del Circo, un doselete de aguas recarga el aparasolado renacimiento del Arazas: La Cola de Caballo, un rocín, dotado de un apéndice perpetuo, y ciclópeo tamaño, precipita las aguas, nascidas en el Circo de Góriz, en suave chorrera a las brañas de Soaso.



La decisión es si ascender a ver de cerca los creadores del Misterio, los que cincelan el valle deslizando, ya hizo algún tiempo, lenguas de hielo sempiterno de aquí hasta Torla, aún a Broto, e incluso a Aínsa llegando; los que acumulan nieve que derretir en sus fueros para lanzar aguas abajo y aguzar así los pastos, los valles y los bordes cimeros; los que atrapan las nubes, aún las tormentas, en su seno; los que acunan las tempestades, empalizan sus accesos, bañan sus pies en ibones, que resisten y persisten, más que nadie, al gélido abrazo del viento. Desde aquí, sumido en la lóbrega naturaleza del Circo, en comparación con la radiante agitación de piedra, que se otea postrera, es fácil decidirse a seguir en la fe, directo a la eucaristía de la montaña, recitada desde el púlpito más elevado, el más digno, el más sincero.



Sobre un friso de clavijas, cadenas y moldura en crespo se asciende al antepecho sito en las alturas relativas de las linderas del Circo de Góriz. Es un pequeño acto de fe, azotando la espalda del canguelo, se abren llagas en el arredro a la caída al pozo de la perdición. No es mucho el paso, pero lo sube cualquiera, en llegados aquí, todo el mundo se hace adepto, sobre todo si es procesión o romería la que viene al Santuario de Piedra. Sale de las clavijas el mendigo de aventura, aliviado de pasar prueba tan dura, pues no todo el mundo es anunciado apóstol de los que ascienden a las alturas, enfundados en arrobas de fe, quintales de valentía y plomadas de técnica alpinísitca, mientras ascienden lacrados en parches de patrocinadores .



A la vuelta la mirada se alarga, se reconocen las formas de esta Catedral, solariega, de pórtico poco ahusado, más bien romo, decorado con profusión por la tierra, de forma asilvestrada, planta torcida y es que… si bien la naturaleza no obra con geometría, en verdad, que lo hace con grandeza.



El refectorio de Góriz recibe al apetito de nuevas labranzas para el espíritu, que empieza a estar colgado de los cielos, sintiendo que la virtud se llega en forma de anunciadas correrías desde el Santuario, punto de inicio de toda excelencia que puedan procurar estas laderas. Ya son visibles los querubines de esta catedral, enfundados en cueros pardos, de vientre claro y apenas dos astas, que diesen acaso para una astilla pelada; dibujan un antifaz en el rostro, de mirada aguda, a menudo entornada, almidonados de tiesos, pero recios y valientes. Cuelgan de la roca como tallas de mármol soliviantado, removido, agitado. Corretean los barrancos y faldean precipicios, anuncian la venida del señor de La Escupidera, que preside la mesa de esta Última Cena, dotada de comensales ensalzados a los brazos de una quimera sitiada por valles de exuberancia sin freno y aguas quebradas de lleno.



Las Tres Sorores son el altar de esta Catedral de Hielo y Verde, abrazadas pero disjuntas, heterogéneas: El Perdido, bien tallado, asentado, crecido...



...El Soum de Ramond, desmembrado, caedizo, quebradizo, arenoso...



...El Cilindro, revirado, hendido de brechas, apuntado, pináculo del contrafuerte que sostiene a su hermano, quien domina un escenario de hondonadas inabarcables, gleras eternas y vacíos absolutos.



Es menester decir que conocí a una brava montañera, que no echaba cuentas al tiempo, que cada año lo contaba en un destino, cada mes en una cima, cada semana en un camino, cada segundo en una pisada. Domaba el tiempo con ahínco y determinación, con ánimo y entereza. Paseaba por sus añoranzas descubriendo en cada montaña, en cada pendiente, en cada sendero, el sentido de una vida que se apeaba ya de sus dominios. Dio con sus huesos a los pies del gran Perdido, en subiéndolo con descaro, por Las Escaleras. Un traspié, y un estacazo, acabaron con la insigne trayectoria de esta azarosa aventurera, que cabalga aún hoy al Perdido, como hojarasca en la piedra.



Desde el Coro se recitan salmos de viento y de lluvia, granizo y trueno, nieve y ventisca, de tono encendido o grave resuello. Al lado del gran vigilante de Góriz, bañado de luz de gaviones enteros, sosteniendo en sí mismos, las piedras del cielo. El Presbiterio del Perdido da paso al Ibón Helado, a veces de hielo, pila bautismal a recibir del sacramento de las alturas, en trapisonda de alegría por abrazar la fe de las Tres Sorores: agua para el sediento, fuerza para el venturoso, aliento para el macilento; para tomar la Escupidera, en pos de la ensoñación divina del gran cerro, el que colma los sueños de tantos montañeros. Fe sencilla en verano, mas azarosa en invierno, que sólo ilumina al creyente preparado y avenido a tal empresa, que amenaza en expulsar a los infiernos, por la vía más expedita-La Escupidera-, a quien no porte piolet y crampón para efectuar sus rezos.



Pero esta catedral, guarda más secretos…


Del Transepto de Góriz, el Crucero de esta nave de tectónica pura da viso de Este a Oeste a maravillas sin cesar. Hacia Oriente domina una grieta de colosales proporciones, que se hunde tan profundo en la roca, que hace oírse a la tierra bramar en sus fondos, al paso del Añisclo, horadando, malhiriendo y excavando un cañón del que no escapa la luz, si apenas alcanza llegar en invierno. Es un pasaje de negrura abigarrada de frutos y plantas, de barrancos echadizos, los unos sobre los otros, que sólo se abre a los pies del Rincón de las Olas, derrame inmenso de piedra, deslizante y precipitado sobre las incólumes paredes de la Punta –de las Olas-. Cripta que entierra el pasado de esta catedral, a donde fueron a dar los huesos de las primeras fachadas que esculpieron la cara de naciente de tan singular mausoleo. Millones de años de cantos rodando y rompiendo en una danza infinita de destellos de agua clara y fría nascida de los canalones que van desde Las Tres Marías, hasta los Sestrales.





Hacia el Oeste se abre el Claustro, sitio de rezo, meditación y milagros. Rezamos en El Descargador,



desde una cúspide de anillos excéntricos, si bien perfectamente alineados, a los dioses menores, aunque altaneros: Marboré, La Torre, El Casco, el Taillón y los Gabietos.





Meditamos en las soledades de la oscuridad titilante de la Cueva de los Sarrios, envuelta en finas capas de hielo kárstico, que atraen del caminante los pensamientos, la desazón, la zozobra o la más honda cuestión a sus pálidas negruras, mientras se orienta al ventanal inundado de brillo que mira fijamente al Taillón, dando fe de que el sentido de la vida existe, atrapado en las huellas del inmigrante urbano, descubierto en cada paso, en dosis pequeñas, infinitesimales, pero continuas, de puro esmero.



Y milagros, de Rolando, abriendo brecha en el cielo, con espada de acero cristiano, haciendo añicos pared de muchos metros. Gabacho recio y valiente, arrojando un mar insalvable de peñascos, a los pies del imperio.



Pero a poniente, aún queda hazaña y empresas de riesgo, porque tal vez se oculten las mayores maravillas, los mayores misterios, los pasajes más épicos del templo de templos: el Parteluz de El Dedo, ilumina los desmembrados brazos del Glaciar del Taillón, anciano decrépito que pierde hielo, camino de la extinción, antes incluso que los ojos de este que suscribe se cierren de viejo.





Asimismo resisten los neveros perpetuos del Glaciar de los Gabietos, tal vez tan poco postreros como su hermano mayor de oriente.



Fajas de hermosura y derrames multicolores se extienden al norte desde el Pico Mondarruego, de camino a Bujaruelo-el Puerto-.



Pero a mayor gloria de estos dioses, a mayor desdén de la Arquitectura de la naturaleza, a mayor desafío a la gravedad y a mayor beneficio de la belleza entallada en cuerpo de caliza, se dio el cimborrio de Gavarnié. Un colosal precipicio apuntado en la bóveda celeste, de rosetones nervados en terrazas inaccesibles, donde se asoman los pecados y la vanidad del macizo, observando su impenetrable vacío, en la obra definitiva, realizada a espaldas de la basílica; un halo de rizos blancos se abalanza desde el borde último, el más extremo, arrojándose al vacío, sin llegar al suelo, si no es convertido en niebla y lluvia fina. Quinientos metros de agua, de un río que llueve y se desmorona, con la melena al viento, sobre un bajío imposible de alcanzar de una pieza. Pende el Perdido los pies de este precipicio, y aún retiene sus hermanos menores, absteniéndolos de abocinarse demasiado, pues hay hueco suficiente para alojar a un pico entero en sus entretelas y hecho añicos, a uno y medio.





De Los Astazu al Balcón de Pineta, más arbotantes sostienen las paredes del Norte, con el Glaciar del Perdido maltrecho, también, agrietado, descubriendo la descarnada roca desprovista de asideros, pulidos a golpe de hielo.



Sobre una cercha a mucho más de dos mil metros, hay una mesa helada para comensales de leyenda que beben en el Ibón de Marboré. Es éste el patio de luces de un Convento para monjes alejados del mundanal ruido, de la agitación de los montes más solariegos, del trasiego por las girolas al pie del Perdido, de las idas y venidas de los beatos por la nave de Ordesa, del romper de las aguas de Añisclo, del peregrinar de la Brecha de Rolando o de los angustiosos vacíos del Circo de Gavarnié. Un lugar tranquilo, desprovisto de notoriedad, de tendencias, de prestigio, a las faldas de la heráldica de los pirineos, de los renombrados gentilhombres, caballeros, que dan coraje y furor a estos predios, alcanzando las alturas y encogiendo los corazones de los viajeros.



En la ermita de Tuca Roya, hallará el caminante descanso y sosiego.


En el Balcón de Pineta, abrirá la vista y ensanchará el pulmón, a golpe de brisa fresca, el Templario, mientras medita si tomar la fortaleza por la directa, a la Norte del Perdido, o divagar de rodeo hacia el Cuello del Cilindro. Un asalto con los días contados, para blandir la espada del empeño y la porfía, y usarla contra el enemigo zurcido de desaliento, de pendiente continua y de miedo.



Abandonamos el templo como el obispo en óbito, envueltos en mortaja de alegría, volvemos a lo nuestro, y con los pies por delante, el alma retorna al suelo de los quehaceres, las facturas y los horarios. Dejamos nuestras deidades de piedra y hielo. Se reza una misa a la memoria de nuestro respiro, ahormado en las laderas de este singular lugar sagrado.







Canonizados por la conquista, tal vez del viejo Perdido, tal vez de alguna otra de las maravillas y/o pasajes de esta épica de roca y yerba, nos vemos impresos en una estampita de a duro, poniéndole cara a otra pequeña-gran victoria hallada en la luz de nuestra ánima reconfortada de haber hecho del paso, sendero, del sendero, ruta, de la ruta, ascensión, de la ascensión, cima y de la cima, un sueño.



Y así se describe este Templo, creado por la orogenia, la erosión y el tiempo. Abierto con brutalidad y desmesura, para loar a la Creación en sí misma, para encontrar la devoción en altura, la paz en los cielos, la fe en uno mismo y la gloria en las cimas.



Ordesa y Monte Perdido son la perdición del hombre contemporáneo, sometido a presión, los plazos y las tendencias.



Ordesa y Monte Perdido son, sin lugar a dudas, la Catedral de los Pirineos.


Navega por Ordesa y Monte Perdido en Bailando con Sarrios:

Remontando Ordesa hacia el Refugio de Góriz APROXIMACIÓN MONTE PERDIDO (3.355 m). SUBIDA AL REFUGIO DE GÓRIZ

Asciende a la cima más emblemática de los Pirineos -el Monte Perdido- MONTE PERDIDO (3.355 m). VÍA NORMAL O ESCUPIDERA (PD/300 m/45º máx) 2009/05/19

Volar sobre las alturas de Gavarnié-del Casco a la Torre-
CASCO DE MARBORÉ (3.006 m) - TORRE DE MARBORÉ (3.009 m)

La magia de las fajas y los barrancos de poniente-El Taillón y los Gabietos-
TAILLÓN (3.144 m) - GABIETO ORIENTAL (3.031 m) - GABIETO OCCIDENTAL (3.034 m). CRESTA TAILLÓN - PICOS DE GABIETO O GABIETOU (PD/200 m/II máx)

El paraíso ignorado al Norte del Perdido-de los fondos de Pineta hasta las cumbres de los Astazous-
PETIT ASTAZOU (3.012 m) - GRAND ASTAZOU (3.071 m). CRESTA PICOS DE ASTAZOU (PD-/150 m/III máx)

La terraza Belle-Vue a Espaldas de las Tres Sorores-
PUNTA DE LAS OLAS (3.002 m) - SOUM DE RAMOND O PICO DE AÑISCLO (3.254 m) - BAUDRIMONT SURESTE (3.026 m) - BAUDRIMONT NOROESTE (3.045 m) 2010/08/25

1 comentario:

  1. Grande Mane!!! Quién mejor que tú para resumir estos años de ascensiones y actividades en uno de mis lugares favoritos de Pirineos.

    Qué jóvenes e inexpertos éramos la primera vez que pisamos las nieves de Ordesa... ahora recuerdo lo de las botas como una anécdota aunque, en aquel momento, no estaba yo para muchas bromas... :)

    Un beso.

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